Torreón, Coahuila (02/11/18).- Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México, pueden ser trazados hasta la epoca de los indígenas de Mesoamérica, tales como los Aztecas, Mayas, Purepechas, Nahuas y Totonacas. Los rituales que celebran las vidas de los ancestros se realizaron por estas civilizaciones por lo menos durante los últimos 3,000 años. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
El festival que se convirtió en el Día de Muertos cayó en el noveno el mes del calendario solar azteca, cerca del inicio de agosto, y era celebrado durante un mes completo. Las festividades eran presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la “Dama de la muerte” (actualmente corresponde con “la Catrina”). Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos.
Actualmente, esta celebración mexicana, que coincide con las celebraciones católicas de Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos, se ha convertido en icono del folfklore nacional y en cada región del país se celebra en modo distinto, pero siembre hay elementos comunes: las catrinas, las calaveritas (literarias y de azúcar) y los altares con papel picado, pan de muerto, velas, flor de zempazúchil, el perro que sirve de guía al otro mundo y mucho colorido.
JOSÉ ERIC MENDOZA LUJÁN
QUE VIVA EL DÍA DE MUERTOS
RITUALES QUE HAY QUE VIVIR EN TORNO A LA MUERTE
La muerte participa en la creación de tradiciones, costumbres e identidades.
Se comercializa, administra, legaliza y normativiza, tanto por individuos
como por colectividades. Tan es así, que nos venden un pedazo de
tierra para el eterno descanso. Las religiones nos cambian nuestra existencia
por un lugar en la eternidad, los servicios tanatológicos nos prometen
un revivir, nos dan a escoger la “nueva cama” en la cual “dormiremos” hasta
que sea el momento de despertar. Le rezamos a la Santa Muerte por un
buen fallecimiento. Nos prohíben morir cuando nos es necesario, así como
el buen morir: prohibido suicidarse en primavera o no a la eutanasia. Todo
esto nos crea una existencia en torno a la muerte.
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La muerte fascina, horroriza. Lo macabro, lo terrorífico y lo funesto
van ligados a la muerte. El valor y el arrojo no existirían sin la probabilidad
de la finitud. La belleza y el amor no serían admirados y buscados sin la
esperanza de ser perennes. La vida tiene sentido por ser efímera. ¡Qué sería
de los héroes, de los cobardes, de todos los seres humanos si no tuviéramos
un límite! Si fuéramos eternos e inmortales la vida no tendría sentido. Los
dioses nos envidian por ser como las flores, nunca seremos más bellos y dichosos
que en este momento, sin eternidad. De esta manera, la muerte juega
un papel preponderante en nuestra existencia por un lado como límite, fin,
mientras que por el otro se convierte en frontera y umbral.
En la literatura mexicana de ficción, destaca (hablando de temas de la muerte) la novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, una obra cumbre de las letras nacionales, publicada en 1955.
PEDRO PÁRAMO (JUAN RULFO). Fragmentos:
Dormí a pausas.
En una de esas pausas fue cuando oí el grito. Era un grito
arrastrado como el alarido de algún borracho: «¡Ay vida, no
me mereces!».
Me enderecé de prisa porque casi lo oí junto a mis orejas;
pudo haber sido en la calle; pero yo lo oí aquí, untado a las
paredes de mi cuarto. Al despertar, todo estaba en silencio;
sólo el caer de la polilla y el rumor del silencio.
No, no era posible calcular la hondura del silencio que
produjo aquel grito. Como si la tierra se hubiera vaciado de
su aire. Ningún sonido; ni el del resuello, ni el del latir del
corazón; como si se detuviera el mismo ruido de la
conciencia. Y cuando terminó la pausa y volví a
tranquilizarme, retornó el grito y se siguió oyendo por un
largo rato: «¡Déjenme aunque sea el derecho de pataleo
que tienen los ahorcados!».
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Ruidos. Voces. Rumores. Canciones lejanas:
Mi novia me dio un pañuelo
con orillas de llorar…
En falsete. Como si fueran mujeres las que cantaran.
Vi pasar las carretas. Los bueyes moviéndose despacio. El
crujir de las piedras bajo las ruedas. Los hombres como si
vinieran dormidos.
«… Todas las madrugadas el pueblo tiembla con el paso de
las carretas. Llegan de todas partes, topeteadas de salitre,
de mazorcas, de yerba de pará. Rechinan sus ruedas
haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente. Es la
misma hora en que se abren los hornos y huele a pan
recién horneado. Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la
lluvia. Puede venir la primavera. Allí te acostumbrarás a los
“derrepentes”, mi hijo».
Carretas vacías, remoliendo el silencio de las calles.
Perdiéndose en el oscuro camino de la noche. Y las
sombras. El eco de las sombras.
Algunas otras breves tras recomendaciones literarias que se vinculan al Día de Muertos, son:
“Days of the Dead”, de Barbara Hambly.
“El árbol de la noche de brujas”, de Ray Bradbury.
“El llano en llamas”, del propio Juan Rulfo.