Día de la madre entre lo sublime y el consumismo

Este 10 de mayo, como cada año, miles de familias en todo México se volcarán a celebrar el Día de la Madre. Los restaurantes se llenarán desde temprano y los centros comerciales registrarán uno de sus mayores picos de ventas. Es, sin duda, una de las fechas más importantes y queridas del calendario nacional. Pero más allá del pastel, las flores o los obsequios, hay una celebración que toca lo más profundo del alma: la del amor de quien nos dio la vida y, más aún, nos enseñó a vivirla. Porque si bien es natural querer festejar a nuestras madres con algo bonito, vale la pena preguntarnos si eso basta para honrar lo que ellas representan. ¿Qué tanto de lo que hacemos este día responde a un compromiso genuino y qué tanto a una lógica de consumo impuesta?

Y es que “dar la vida” no se limita al acto biológico. Muchas veces, ese amor que forma, guía y sostiene no proviene exclusivamente de la madre biológica. Hay abuelas, tías, madrinas, maestras o mujeres cercanas que asumen ese papel con una entrega silenciosa y constante, que marca para siempre. Es a través del cuidado diario, de la paciencia infinita y del ejemplo que las madres nos enseñan a caminar por el mundo. Nos enseñan a hablar, a confiar, a tener esperanza. Aprendemos a nombrar las cosas, a distinguir el bien del mal, a reconocernos en el espejo de los otros. Y sin embargo, no siempre nuestras acciones son reflejo de esas enseñanzas. A veces, incluso, las contradecimos, tomamos caminos que duelen o lastiman, y olvidamos lo que alguna vez se nos enseñó con amor materno.

Y aun así, ahí están nuestras madres. Con una capacidad casi sobrehumana de comprensión, de perdón y de guía. Aunque hayamos fallado, aunque nos hayamos alejado, muchas veces son ellas quienes están dispuestas a volvernos a tender la mano. No guardan rencor. No esperan grandes discursos. Solo quieren vernos bien. Por eso, ningún regalo material, por más caro que sea, puede considerarse una retribución suficiente. Porque lo que se juega en la maternidad es mucho más hondo: es la presencia constante, el consuelo sin condiciones, la mirada que nos reconoce incluso en medio del extravío. Por eso es tan importante no dejar que este día se vacíe de sentido, que no caiga en la rutina de lo obligatorio ni en el ritual consumista. Más allá de lo que compremos, lo que verdaderamente cuenta es cómo vivimos y cómo honramos el amor que hemos recibido.

Y si hablamos de maternidad, no podemos dejar de mirar a las mujeres que hoy están criando en contextos especialmente adversos. Ser madre hoy, en un país con profundas desigualdades, no es tarea fácil. Muchas madres jóvenes enfrentan jornadas laborales extenuantes, trabajos informales o mal remunerados, falta de acceso a servicios de salud, violencia doméstica, discriminación. Aun así, muchas siguen adelante, con una fuerza impresionante, priorizando el bienestar de sus hijos y buscando, día a día, darles un mejor futuro. Ellas también merecen nuestro reconocimiento, no sólo con aplausos ni palabras bonitas, sino con políticas públicas que les garanticen condiciones dignas para ejercer su maternidad. Porque si de verdad queremos agradecer, tenemos que mirar la realidad y actuar para cambiarla.

Definitivamente, amigo radioescucha, este Día de la Madre no puede quedarse en lo superficial. Es una fecha para agradecer, para recordar, para acompañar. Para decir con hechos –y no sólo con regalos– que valoramos a quienes, con su amor, nos dieron no solo la vida, sino la capacidad de vivirla con sentido. Que esta celebración no sea una pausa efímera, sino un punto de partida para vivir con mayor gratitud, con mayor coherencia y, sobre todo, con mayor conciencia del amor que hemos recibido y que estamos llamados a reproducir.

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