Para algunos analistas, la principal crisis en México es la de liderazgos en el ámbito político, económico y social. Los estudiosos señalan que parte del problema radica en la insuficiencia de la palabra como medio para convencer. Los ciudadanos exigen cada vez más que sean los hechos los que hablen, ante el agotamiento provocado por décadas de promesas falsas surgidas de todos los sectores. Por ello, lucen esperanzadoras las acciones concretas que la iniciativa privada organizada comienza a efectuar, en tanto pudieran ser los primeros pasos para un profundo y verdadero cambio en nuestro país, a partir de la práctica de la ética, en su acepción más simple: el bien vivir con rectitud, valores y principios.
El diagnóstico resulta claro. Juan Pablo Castañón, presidente nacional de Coparmex advierte: “la sociedad ve con impotencia cómo la impunidad, la complicidad con la ilegalidad y la corrupción aparentemente no tienen consecuencias y esto causa desesperanza. Vivimos una crisis de confianza: en las instituciones, en nuestras posibilidades de futuro, en algunos de quienes nos representan”. En el caso particular de la corrupción, las evidencias disponibles sobre la participación y el fomento a la misma que han venido teniendo ciertos grupos empresariales del país, e incluso del extranjero, son tan contundentes que eliminan todo posible camino para que sólo se culpe al gobierno. Todos en este país somos susceptibles de caer en prácticas corruptas; por ello, debemos asumir el cultivo de una ética que nos aleje de tal posibilidad.
Así comienzan a entenderlo algunos dirigentes empresariales en México, como Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, quien dijo a El Economista, “estamos empujando de manera decidida dos temas: el sistema nacional anticorrupción con los dientes suficientes, así como con la autonomía suficiente para dar respuesta a las demandas de la ciudadanía y la otra, el código de ética y de principios que vamos a presentar en las próximas semanas como una respuesta y un ejemplo de lo que el sector empresarial puede hacer.”.
Nada podría ser peor para el país que se corroborara el señalamiento hecho por Leo Zuckermann de que “a los mexicanos les vale un pepino la corrupción: ni los escandaliza ni los moviliza; tristemente se han acostumbrado y acomodado a ella. Con gran cinismo, algunos hasta presumen que es parte del folclor nacional”. Por ello, los demás sectores deben, más allá de su afinidad o antipatía hacia los empresarios, tomar como punta de lanza su propuesta para hacerla propia; es decir, para que su código de ética, permee y arraigue en las actividades cotidianas de todos.
Existen ejemplos de que esto es posible: el más cercano lo está dando la Iglesia Católica de la mano del Papa Francisco. ¿Cuándo nos imaginábamos que el máximo representante de la grey aceptara que al interior de la institución hay claros signos de decadencia, que contradicen los preceptos más sagrados de la religión? Pero lo más relevante es lo que el propio Jorge María Bergoglio, hace para empatar las acciones con las palabras. Cierto, ello no garantiza que aquellos que han perdido la fe, retornen a los templos; pero por lo menos sí mesura la desbandada de feligreses en buena parte del mundo.
Definitivamente amigo radioescucha, así como otros países han logrado detener la corrupción, también es posible para los mexicanos poner un alto a ese flagelo. Es probable que las acciones que tomen los empresarios no terminen con ese mal ni restablezcan la credibilidad en las instituciones; sin embargo, todo esfuerzo honesto que se realice en ese sentido contribuirá a la construcción del México que todos deseamos. Estamos convencidos de que las prácticas corruptas no desaparecerán por completo, pero debemos tener todos: ciudadanos, empresarios y políticos, la férrea voluntad y la firme capacidad de decisión y acción para enfrentar el reto de reencauzar el camino de la ética.