Cada 30 de abril celebramos en México el Día de la Niñez. Se organizan festivales, se reparten dulces y se busca dibujar sonrisas en los rostros infantiles. Pero mientras en muchos rincones del país esta fecha se llena de alegría, en algunos otros solo se subraya una amarga realidad: hay millones de niñas y niños que viven una infancia que no se parece en nada a la que merecen. Su niñez está marcada por la pobreza, la violencia, la desnutrición y el abandono, que les impide no solo disfrutar esa etapa de su vida, sino también construir desde ahora un futuro más justo y prometedor.
De acuerdo con datos recientes, más del 45% de las infancias mexicanas viven en situación de pobreza, y casi el 10% en pobreza extrema. Muchos crecen sin acceso a educación inicial, sin vacunas completas, sin alimentación adecuada. La tasa de escolarización en preescolar sigue sin alcanzar al tercio de la población infantil en esa etapa, y persiste una peligrosa creencia de que “aún están muy pequeños” para asistir a clases. Otros, a muy corta edad, ya están trabajando: en el campo, en el comercio informal o en los servicios. Se estima que más de 3.7 millones de menores trabajan en México, muchos en condiciones precarias y peligrosas, lo que vulnera sus derechos y perpetúa los ciclos de exclusión que tanto decimos querer erradicar.
Pero el problema va más allá del trabajo infantil o del rezago educativo. México enfrenta también una crisis silenciosa en materia de nutrición: mientras más de 5 millones de niñas y niños padecen obesidad, cientos de miles sufren desnutrición crónica. La talla baja y el sobrepeso conviven como caras distintas de una misma moneda: la pobreza alimentaria. La mala alimentación limita sus capacidades físicas, su desarrollo emocional y su rendimiento escolar. Y todo esto ocurre en un entorno donde el acceso a alimentos saludables se ha vuelto cada vez más difícil, en buena parte por la expansión de cadenas comerciales que han desplazado a los mercados tradicionales y encarecido los productos frescos.
Lo más alarmante es que, en este contexto de carencias múltiples, el crimen organizado encuentra terreno fértil para el reclutamiento forzado de menores. Se estima que entre 35 mil y 45 mil niñas, niños y adolescentes son atraídos cada año por los cárteles, que los seducen con promesas de dinero fácil o los obligan mediante amenazas y violencia. Les asignan tareas de vigilancia, mensajería, tráfico de drogas y en muchos casos, los convierten en victimarios, arrebatándoles toda posibilidad de tener una vida digna. Y, pese a las recomendaciones internacionales, el Estado mexicano no ha tipificado este crimen ni ha desarrollado políticas públicas sólidas para prevenirlo y reparar el daño a sus víctimas.
Definitivamente, amigo radioescucha, este 30 de abril no basta con regalar juguetes ni organizar festivales escolares. La verdadera celebración del Día de la Niñez sería garantizar que todas y todos los niños de México tengan lo necesario para crecer en paz, con salud, con educación, con afecto y con oportunidades reales. Lo que necesitan no son promesas, sino condiciones. No discursos, sino justicia. Porque si permitimos que la infancia siga siendo un privilegio de pocos y no un derecho para todos, estaremos fallando como sociedad, y condenando nuestro propio futuro.