La vida sucede tan rápido que en un instante dejamos atrás un año y nos encontramos cara a cara con uno que nace.
Es natural que conforme ganamos años sintamos que las manecillas del reloj caminan más rápido y que pasamos sin sentir cada hoja del calendario, pero el tiempo es el tiempo y no es sino la manera de vivir, que hemos elegido, lo que hace que tengamos esa impresión.
Ese estilo de vida nos ha conducido a saturar nuestra mente de información, la llenamos como llenamos nuestro cuerpo de carbohidratos vacíos, de ideas vanas, superficiales, poco propicias para la introspección o bien, de pensamientos tóxicos que se vinculan con el juicio, el enfrentamiento, el deseo de tener la verdad absoluta cuando eso es tan solo una ilusión.
Muchas veces preferimos vivir divididos. Traemos la cabeza por un lado y el corazón por otro, nuestra mente racional nos dicta el guion del día a día y los sentimientos los reservamos para ciertas ocasiones, no somos capaces de mirarnos, en un continuo perfecto, a través de los ojos del prójimo, si no lo hacemos con los más cercanos, difícilmente lo haremos con los demás y no nos damos cuenta que es ahí donde nuestra vida incide en el colectivo, cuando nos identificamos y reconocernos nuestra humanidad con base a la de los otros.
Ser solidario es una condición de la grandeza de espíritu, cuando dos personas se unen y colaboran entre sí en la búsqueda de un resultado que implica un bien común, ocurre la empatía, que desencadena la generosidad, la identificación con el sentido de pertenencia, que sustenta la comunidad y vivir lo que se tenga que vivir es más fácil. Pensar solo en uno mismo es limitante de por sí, porque cuando nos damos a los demás recibimos más.
Hacer experiencia de vida los valores fundamentales nos obliga a detenernos, al parar esa carrera desbocada del individualismo, el cual nos venda los ojos, podemos alcanzar a ver que el éxito personal está relacionado con los otros: empleados, socios, familia, vecinos, amigos y muchos más que inclusive desconocemos.
Estos momentos de calma que nos procuramos dan pie a muchas interrogantes ¿Me he conducido conforme a mis convicciones? ¿Qué hago por los demás? ¿Cómo utilizo el privilegio de estar vivo? ¿Trato de ser justo, paciente, comprensivo? ¿He dedicado tiempo a conocerme? ¿Me cuido y me respeto para poder cuidar y respetar a quienes están a mi alrededor?
Ciertamente que los retos del presente nos agobian, eso también da lugar al ruido interior, de ahí que sea necesario identificar nuestra capacidad de resiliencia, que todos tenemos y que nos es tan necesaria para sortear los tiempos de crisis y poder recuperarnos a nosotros mismos en medio del dolor físico o emocional. Reconstruirnos y convertirnos en mejores personas hará que nuestro mundo y el de los demás sea más habitable.
Un conjunto de mejores personas hará posible una mejor sociedad. Deseamos que 2024 sea el año en que de las intenciones pasemos a las acciones.