Mañana domingo se conmemora el Día del Padre, una fecha que suele pasar más desapercibida que el Día de la Madre, pero que ofrece una gran oportunidad para reflexionar sobre el papel que tienen los hombres en la formación de sus hijos. Aún persiste la idea de que la crianza es responsabilidad casi exclusiva de las madres, como si el rol paterno fuera accesorio o meramente disciplinario. Sin embargo, cada vez hay más evidencia de que la figura del padre puede ser decisiva en el desarrollo emocional, social y ético de las personas. Y no se trata sólo de estar presente físicamente, sino de involucrarse de manera activa, afectiva y congruente.
El principal instrumento formativo de un padre es su ejemplo. Los hijos no sólo aprenden lo que se les dice, sino, sobre todo, lo que ven en el comportamiento cotidiano: cómo se enfrenta una dificultad, cómo se trata a los demás, cómo se expresa el cariño o cómo se maneja el conflicto. Cuando ese ejemplo va acompañado de palabras que orientan y de gestos que abrazan, el impacto es mucho más profundo. Un padre que escucha, que cuida, que juega, que corrige con paciencia y que pone límites con amor, contribuye a formar personas más seguras, más empáticas y menos temerosas del mundo. Ese papel se vuelve aún más importante cuando un hijo vive con alguna discapacidad.
En esas situaciones, el involucramiento paterno no sólo da soporte emocional a la madre, sino que ofrece al hijo una imagen clara de aceptación, fortaleza y confianza. Muchas veces, los padres se ven desbordados por las exigencias que implica esta crianza, pero cuando deciden quedarse y comprometerse, su presencia marca una diferencia enorme. Acompañar a sus hijos en terapias, participar en las decisiones sobre su cuidado, exigir sus derechos ante instituciones que aún no están preparadas… todo eso forma parte de una paternidad que educa con hechos.
Más invisibles todavía son los padres que tienen alguna discapacidad. Padres que, a pesar de sus propias limitaciones físicas, sensoriales o intelectuales, sacan adelante a sus hijos, demuestran cariño, enseñan con paciencia y muestran, sin decirlo, que las adversidades se pueden enfrentar sin renunciar al amor. Ellos desafían dos estigmas al mismo tiempo: el de la discapacidad y el del hombre distante o ausente. Su ejemplo no sólo forma, sino que transforma. Nos recuerdan que cuidar también es una forma de liderazgo, y que las verdaderas lecciones de vida no siempre se dan desde la perfección, sino desde la lucha cotidiana.
Definitivamente, amigo radioescucha, ser padre es mucho más que proveer; es formar, acompañar y, muchas veces, reinventarse. Y cuando ese ejercicio se da en condiciones de vulnerabilidad —ya sea por la situación del hijo o del propio padre— el testimonio que se ofrece a los demás es aún más poderoso. Por eso, este Día del Padre, vale la pena mirar más allá de los regalos, y reconocer a quienes educan con presencia, con ternura y con coraje. Porque al final, la mejor herencia que un padre puede dejar no son bienes materiales, sino un ejemplo que guíe incluso cuando ya no esté.