Se suele decir que los laguneros somos sumamente regionalistas. Esta afirmación, aunque a veces se presenta como un defecto, merece una reflexión más profunda. ¿Son los regionalismos y los nacionalismos intrínsecamente buenos o malos? Como ocurre con las virtudes, la clave radica en encontrar el equilibrio. Es innegable que algunos nacionalismos extremos han dado lugar a prácticas racistas y discriminatorias. Sin embargo, también existe el riesgo opuesto: el desapego al terruño que puede llevar al descuido y abandono de nuestras ciudades y comunidades.
A lo largo de las décadas, hemos sido testigos de los horrores causados por el nacionalismo exacerbado, como en el caso del nazismo. Y no deja de ser preocupante que, a pesar del tiempo y de las aparentes convicciones al respecto, son cada vez más grandes los grupos que retoman esas ideas. Sin embargo, aunque menos notorios porque sus efectos suelen darse más en lo local, existen ejemplos de ciudades y poblados desolados porque sus habitantes no sentían ningún apego a su terruño. En la España e Italia contemporáneas existen esfuerzos institucionales para repoblar múltiples comunidades abandonadas por los descendientes de sus moradores originales.
Con base en lo anterior, podemos decir que el regionalismo lagunero se ha caracterizado por el abandono y deterioro de los centros históricos de nuestras ciudades, que se expresa en la falta de mantenimiento de muchos de sus edificios y calles. Tal vez con la única y notable excepción de Ciudad Lerdo, no se refleja la voluntad de que se vean bonitas las fachadas de nuestras edificaciones, de tal manera que inspiren a otros a querer pasar el mayor tiempo posible en esos sectores de nuestras ciudades.
Pero ¿qué caracteriza al buen regionalismo lagunero, entonces? El orgullo lagunero pareciera tener dos vertientes; la primera pudiera resumirse con la frase «vencimos al desierto», que tan poca estima tiene entre los ambientalistas, pero que encapsula el orgullo de, en muy poco tiempo para la historia de una ciudad o región, haber transformado unas villas secas en una de las regiones más pujantes y desarrolladas del país. La segunda, basada en símbolos identitarios como el pan francés lagunero, las gorditas o los equipos deportivos de los algodoneros y el Santos Laguna.
Definitivamente amigo radioescucha, encontrar el equilibrio regionalista es tarea que solo se puede perseguir si existe la debida reflexión, junto con acciones concretas. Es bueno recordar nuestra historia de bienvenida e integración a las migraciones, al comercio y la industria y de la capacidad de sintetizar nuestra diversidad cultural en favor del bien común. Pero, sin duda tenemos que empujar para que la región, además de generadora de riqueza, sea sustentable y también bella; para que en el camino de esa acción meditada podamos seguir transmitiendo, como lo hacemos en GREM, el espíritu lagunero a las nuevas generaciones.